Estoy de los nervios. Vivo un caos en el trabajo y el viernes tengo los cupos de paciencia llenos; ya no cabe nada más.
Estamos de traslado y el despacho está lleno de cajas repletas de libros y papeles que ya no sirven para nada, pero que, aun así, nos los tenemos que llevar para que estén un montón de años más sin servir para nada.
Estamos de traslado y el despacho está lleno de cajas repletas de libros y papeles que ya no sirven para nada, pero que, aun así, nos los tenemos que llevar para que estén un montón de años más sin servir para nada.
El edificio donde vamos a trasladarnos es viejo, oscuro y lóbrego, y el despacho que hemos escogido tiene poquísima luz (fíjate que he dicho "escogido"; ¡imagínate como eran los demás!).
Además, en el nuevo edificio no va a haber nadie. Quiero decir que, si tiene 10 o 12 despachos, voy a estar yo solita todo el día. Bueno, tengo una compañera de trabajo que se traslada conmigo, pero viene a trabajar un día sí, dos no (porque a ella le sale de ahí). ¡Qué algarabía, por dios!
Por si estaba aburrida con tanta caja, tanta luz y tanto gentío, a la gente para la que trabajo se le ha ocurrido la magnífica idea de renovar la web de la empresa estos días, con lo que el ordenador no da más de sí. El trabajo se me ha duplicado.
Para rematar la jugada, mi estupenda compañera (de día sí, dos no) está de baja. Así pues, la parte duplicada de trabajo que le correspondería a ella me la como yo con ración doble de patatas. ¡Qué generosa es la gente!
Como comprenderás, estoy de los nervios literalmente.
Ya he ido al médico para que me diagnostique y me recete algo. De momento, me las apaño con un jarabe homeopático de pasiflora. (Si la cosa sigue así, me daré a las drogas duras.)
Para mi consuelo, hoy, por fin, es viernes.